INTRODUCCIÓN

Con la conquista, “la deformación de la estructura económica fue una nefasta herencia” que trajo consigo el surgimiento de una sociedad desequilibrada en detrimento de la comunidad indígena. La élite clerical y un grupo reducido de latifundistas se posesionaron de los recursos naturales y humanos para satisfacer una desmedida ambición, cuyo sistema funcionaba principalmente en la explotación del hombre, del “indio”.

En nuestros días “La miseria, la insalubridad, el aislamiento social y geográfico, la explotación más feroz, son sólo algunas de las manifestaciones… de la realidad mexicana al mirar siquiera superficialmente el panorama que ofrece la población indígena…” El “indio” aún ocupa la posición que corresponde a un pueblo derrotado y sojuzgado, explotado por un reducido grupo de ladinos que se considera portaestandarte de la cultura mestiza. Para ellos, la cultura nacional son ejemplos de superioridad, que les permite despreciar a la cultura indígena por corresponder a “entes inferiores e incapaces de ser integrados en forma de vida mejor”.
[1]

En los últimos años, con el argumento de que el país necesita homogeneidad, el gobierno del México libre ha desarrollado políticas encaminadas a integrar a los grupos indígenas a una sociedad con características y necesidades muy diferentes, buscando la desaparición de sus distintas expresiones culturales.
[2] En este sentido:


Las instituciones educativas jugaron un papel fundamental como un instrumento para acelerar la integración de los pueblos indígenas a la sociedad nacional; negando rotundamente el uso de la lengua materna y de los trajes regionales.
[3]


Aún más, sobre todas estas circunstancias y a la cacería cultural y humana a la que se ha sometido a los pueblos originarios, también se les obligó a profesar una nueva religión impuesta desde la cúpula opresora para debilitar su cosmovisión y modo de vida. En ese sentido, se vieron forzados a reestructurar su sistema de religión: “organizaron sus cofradías… [y] sus cargos religiosos…; pusieron nuevas fechas para sus fiestas importantes… [y] se enseñaron nuevos instrumentos de música…”
[4]. No obstante, esto dio pie a la creación de una propia, individual y particular forma de conceptualizar su entorno con la única intención de postergar su cosmogonía ancestral. La supuesta “conquista”, sólo puso en evidencia la fuerza de las culturas mesoamericanas, y los invasores fueron absorbidos lentamente. Consecuentemente, la “conquista” sólo es un concepto erróneo, una idea falsa para hacer más fácil la lectura de los libros de texto.

No obstante, en México es difícil identificar a indígenas de ladinos, pues a pesar de los rasgos físicos que son afines a las culturas originarias y los mestizos, éstos jamás se identificarán como tal: el indígena no es ladino y el ladino no es indígena. Es preferible la pobreza y los defectos físicos, que tener el estigma de ser “indio”.

En el caso concreto de Unión Juárez, la cercanía con otros países —Guatemala particularmente— y la crisis económica de un país dividido por las diferencias políticas, religiosas, étnicas y sociales, que se vienen a sumar con la casi nula oportunidad de empleos y el bajo ingreso en los trabajos del campo —causa principal de la emigración de los jóvenes a las ciudades—, los cambios que se dan al interior son vertiginosos. La inmigración centroamericana, el narcotráfico, la guerrilla y desorganización social, además de las bandas importadas poco a poco han ido mermando una identidad bastante incierta como es la de los mames y los propios mestizos de esta comunidad.

La línea entre ladinos e indígenas prácticamente es nula. Unos y otros se confunden formando una particular concepción de los símbolos culturales que conocen, interactuando como una sociedad que finge pertenecer a los productos occidentales. La identidad es un hilo muy vulnerable y frágil aún. Sólo basta echar un vistazo a las comunidades de los altos (Chiquihuite, Talquián, Córdova, etcétera), haciendo una comparación con la zona baja (Once de Abril, Trinidad, San Jerónimo) y descubriremos la gran diferencia que existe en la forma de vestir, hablar, vivir y pensar.

Una de las causas principales quizá haya sido el hecho de que Unión Juárez —como municipio—, no se haya conformado como un pueblo sólido en el principio de su historia. Las constantes migraciones a causa de acontecimientos naturales y sociales, como es el caso de los enfrentamientos armados o las erupciones volcánicas, jugaron un papel fundamental. A finales de 1800, por ejemplo, se suscitó una gran epidemia de fiebre borbónica, fiebre amarilla y viruela que devastó a familias completas, según recuerdan nuestros entrevistados. El volcán Santa María —situado en el departamento de Quetzaltenango, Guatemala, al sur de la capital departamental de 3.772 m de altitud— provocó una de las más violentas erupciones en 1902, “que entró en actividad al mismo tiempo que la montaña Pelada, en la isla de Martinica, y el volcán de San Vicente, en la isla del mismo nombre”.
[5] En 1926 y 1950, la erupción del Volcán Tacaná obligó a muchas familias a abandonar sus hogares, provocando el éxodo de un sin número de familias que huyeron a Guatemala y otras regiones del país.

Otro de los grandes problemas, fue el rompimiento abrupto que se ha dado en la lucha por los límites territoriales, además de la indolencia de los gobiernos de mediados del siglo XIX que obligaron a los nativos a negar su identidad, provocando que muchos de ellos prefirieran emigrar o simplemente fingir haber aceptado tan absurda disposición. Aún está en la memoria los años en que los abuelos hablaban su idioma a escondidas para que los hijos no lo aprendieran, llegando al grado de inculcarles que las tradiciones y la vestimenta autóctona eran malas para ellos.

En consecuencia, los mames no solamente han olvidado la forma en que sus padres vestían y hablaban, sino que han propiciado los medios para olvidarse de sí mismos. Mientras el Mos (ladino), aunque haya adoptado formas lingüísticas, caracteres y símbolos propios de aquéllos, niega rotundamente al “indio” y su pasado que lo vincula de manera directa con él. De las nuevas generaciones qué decir, la mayoría están siendo conquistados por ese referente indiscriminado de la modernidad y el “desarrollo”.

Según los últimos censos, en Unión Juárez existe un número no mayor de 341 personas que pertenecen a la Cultura Mam —hablantes, sobre todo—. De estos, sólo unos cuantos se atreven a reconocer que son monolingües y a vestir como lo hacían comúnmente. La mayoría prefiere negarlo.

Noobstante, pese a la infame devastación de su identidad y cosmología, entre los mames todavía hay quienes se atreven a vestir con su traje tradicional y manifestarse con su idioma materno y su muy particular forma de visualizar su entorno. Aún existe en la evocación de los ancianos la añoranza, el deseo y la esperanza de que esos tiempos vuelvan. Pues, mientras la gente crea en lo que sueña, la memoria será siempre viva.

[1] MEDINA Hernández, Andrés. Tenejapa: familia y tradición en un pueblo tzeltal, p. 17, 50 y 205.
[2] MENESES Méndez, Domingo y CRUZ Martínez, José. “Encuentro de Fortalecimiento Etnolingüístico Chiapas-Guatemala” en Nuestra Sabiduría, No. 15, 1999, p. 26.
[3] Ibid., p. 28.
[4] LÓPEZ Méndez, Mariano. “Los cambios de Nuestra Religión” en Nuestra Sabiduría, p. 49.
[5] ENCICLOPEDIA Microsoft Encarta 2004, © 1993-2003 Microsoft Corporation. Reservados todos los derechos. Enciclopedia multimedia. Artículo: “Santa María (volcán, Guatemala)”.

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